10 de julio de 2007

El y yo

El jueves

Ese día me desperté temprano.
A las apuradas como siempre, me tomé unos mates, y prendí la compu mientras me vestía. Creo que era un jueves, seguro porque son los días que laburo con Flo.
La prisa por partir me impidió prestar atención, pero después me daría cuenta: esa mañana el olor en el aire venia a anunciar que algo estaba por cambiar.
Lo cierto es que cuando me levanté pensé que ese jueves nacía igualito al de la semana anterior y de idéntica manera terminaría.
Gran error.
La autopista se convirtió en mi aliada, una suerte de elixir para combatir los síntomas de la ansiedad, la radio, su mano derecha.
Igual vieron como es la mente: un ratito de tiempo libre y ya larga con el inventario:
“llevar el auto al taller”
“pagar, no sé qué, pero seguro que hay que pagar algo”
“llamar a fulano, mengano”
“porque será que me cuesta tanto tener un orgasmo?”
Y sobre este tema me voy a detener.
Déjenme decirles algo.
Desde que me separé alrededor de media docena de hombres pasaron por mi cama, y no pude conectarme verdaderamente con ninguno de ellos. Es como si me convirtiera en espectadora de mi propia vida, o peor aun, en una excelente actriz. Bastante bien me sale, el rol que me proponga, según la escena. Ahí estoy yo: mirando desde afuera, conectada con lo grotesco de la situación. La conclusión no se hizo esperar: los hombres no me conmueven, el guión es mediocre, y yo me voy. Así pasé los últimos meses de aventuras sexuales, huyendo de camas ajenas, pero con el trofeo de una nueva sensualidad despertándose en mí. Más libre, más dueña de mi misma, mas conectada con mis propios deseos, más egoísta aun.

Ya es de noche.

Te pasé a buscar y caminamos juntos hasta el restaurant, te había prometido un rico almuerzo, me lo cambiaste por una cena.
Taconeando devuelta, ajena a todos los presagios, acepté un café. Y esa noche no dormiste solo.
Y ese jueves no fue como el de la semana anterior.
No sé como empezamos, creo que me agarraste de los brazos y me acercaste a vos.
Primero me diste un beso en el cuello, después otro en la mejilla y uno suavecito, despacito, en los labios. Yo pasé mi lengua por los tuyos y temblé un poco cuando me agarraste de la cintura.
Las semanas siguientes fueron una nebulosa de mucha intimidad, caricias eternas, besos, abrazos y largas charlas.
Conexión emocional.
Cuerpos que se mueven en armonía porque comparten un mismo ritmo.
Yo que había jurado no volver a involucrarme, ahí estaba, mírenla nomás.

El día que finalmente presté atención a los augurios del aire, fue un sábado, y estábamos juntos.
Fuimos a la calle Córdoba, vos por un trámite, yo acompañándote.
Nos despedimos en la esquina de Armenia. Y el beso fue muy corto porque yo todavía no sabía que la decisión estaba tomada desde el principio.
Me fui caminando, el viento profético en mi espalda.
Mientras compraba regalos para mis hijos lo entendí: solo una huida a tiempo podía inmortalizar este mar de sensaciones. Solo así podía salvarme. El final o el amor vulgar, cotidiano, rutinario al que todos estamos condenados. Era eso o la idea eterna de la magia que vivimos.
Este pensamiento me sedujo. La lucidez está en no permitir que el hechizo se contamine.
Nunca te pregunté como se llama tu mama.
Vos no sabes donde vivo.
Te deje comprando el helado, esa noche íbamos a comer con tus amigos, iba a conocer a tu gente.

Me subí al auto y me fui sin avisarte.

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