Va y viene cuando quiere, esa noche de diciembre, y ese Buenos Aires que festejaba el año nuevo. Es así, esa noche que se esta poniendo vieja, caprichosa como son a veces los recuerdos.
Volvió ayer y volvió hoy, y otra vez es diciembre, aunque es marzo, y otra vez tus ojos azules.
Viene a traerme ese viento que ya conozco (el de los presagios), caliente y húmedo. Y que le preste atención, que la escuche, y yo que no, que ya basta, que me duele el cuerpo de tanta nostalgia. Pero ahí está: el bullicio de Palermo, la gente que se ríe en la vereda, en las puertas de los bares, la gente que festeja, que habla, grita, se abraza, y nosotros que cruzamos corriendo, y el vestido que se me pega un poco a las piernas. Yo me hacia la indiferente, como hacen las Paulas y vos me agarraste suavemente por la cintura cuando cruzamos Córdoba. Fue ahí cuando empecé a quererte. Me preguntaste cual era mi deseo para el año nuevo, ya doblábamos en una esquina, te acordas? te contesté: dejar de sentir angustia. Te pregunté por el tuyo: “deseo que dejes de sentir angustia”. Y entonces nuestra sonrisa cómplice, el deseo que quema, la urgencia por escaparnos del mundo. Y llovía, o tal vez no, y llueve ahora que es Marzo pero es Diciembre. Y vos me agarras de la mano y entramos corriendo al bar.
Tal vez es como me dijo Cárdenas una tarde mientras tomábamos café en una confitería del centro: “mire, lo cierto es que somos todos Paulas y Tulios corriendo por Buenos Aires, cruzando una calle de la mano, besándonos en una noche calida de diciembre”. Todos tenemos algo de Paula, todos algo de Tulio, y ya sabe como terminan, las Paulas y los Tulios…”
Pero no, Marito, esa noche, la que va y viene es solo mía. Además los Tulios son de Buenos Aires no? y él solo estaba de paso…decime Mario, decime que es así, los Tulios toman mate, saben de Gardel y de cómo siente Buenos Aires cuando caminan por Lavalle. Te repito, él solo estaba de paso, y los libros que traía eran en otro idioma. Así que esa noche es solo mía, no una más de la Tremenda Crónica de Buenos Aires, de Tulios y Paulas. Decile a tu amigo, el poeta, ese tal Álvarez Gómez, que no insista, que me pertenece. Que hubo una vez que fue una noche y después un amanecer y él apretaba sus piernas contra las mías por debajo de la mesa y todos ajenos a nuestra intimidad, a ese amor recién estrenado. Creo que fue entonces cuando él eligió volver a ponerse el traje, a cortarse el pelo, en un país donde a veces hablan en francés, a veces en alemán. Y yo me guardé su perfume, el olor a jabón en su piel, su sonrisa picara y su mano en mi cintura.
Ya no importa cuantos años pasaron y que dijimos al despedirnos.
Era de día cuando me sequé los ojos para regresar al mundo. Lo logramos pensé, ya no hay crónica que valga, el no es Tulio, yo no Paula.
Pero igual te fuiste.
Sentí miedo, aunque se me pasó cuando me contaste de Londres, de la niebla y la llovizna, del frío que duele. Fue un alivio, porque ahí no hay Lavalle, no hay Palacio de la Papa Real, no hay mate, no hay tango, no te canta Gardel. Entonces no sos Tulio.
Ahora camino por Saavedra suena un valsecito y me siento tranquila, aunque un poco Paula que espera. No importa porque en este tiempo (años?) descubrí que también tengo un poco de Amelia, que sueña y ríe seguido. Ya sé Marito, Álvarez Gómez diría que todas las Amelias tienen algo de Paula, tal vez por eso de la melancolía, pero Amelia no espera, a veces solo anhela, mientras tanto encontró ese otro mundo, donde el tiempo no es y las noches solo le pertenecen a ella. Que si lo construyó para él? A lo mejor… ya no sé muy bien que siente. Viste como es, va y viene cuando quiere, como esa noche hace tanto tiempo, que fue ayer y que es hoy y que es cada vez que cierro los ojos… y los suyos aparecen.
Yo creo que Álvarez Gómez lo supo desde el principio, con sus crónicas que son presagios y a la vez testimonios del pasado. El entendía que solo Buenos Aires podía volver a juntarlos. Por eso se empeñó en distraerla y escribió para ella un Marruecos y después la llevó a Moscú y a cuantos lugares Marito… a una playa perdida en Uruguay donde ella bailaba descalza y al tigre un montón de veces, en su afán por hacerla olvidar… sospecho que hasta le hizo trampa alguna vez, escribiéndole una noche de pasión. Pero ella lo intuía y entonces no se entregaba por completo, cerraba sus ojos mojados y se iba otra vez.
Tengo que admitir que el truco del fotógrafo estuvo bien, y ella casi se lo cree. Pero que pensabas Álvarez? Que nunca descubriría que era alcohólico? Que por ser un poco Amelia se quedaría a su lado para ayudarlo? Claro que trató de quererlo a pesar de su alma enrevesada, pero las noches seguían sin pertenecerle y él acostándose borracho. Así fue como un martes decidió dejarlo, porque entre otras cosas, tuvo la certeza de que vos y tu pluma estaban detrás de esa mala historia de amor. Además ya no podía soportar que la tocara, ni el olor ácido en su piel, que es el rastro del alcohol. Y entonces fue cuando me llamó, “Mario, necesito que nos veamos, tengo que hablar con vos”.
Nos encontramos en una confitería del centro. La vi muy flaca y me confesó que hace años que no duerme y que a veces hasta se olvida de comer. Pero sus ojos estaban intactos, esos ojos que son como el mar, que son puro misterio. El corazón me latía a mil y sentí que iba a vomitar. Entonces me acordé del poder que esta mujer tiene sobre mi, de cómo me cautiva su aparente fragilidad y su palidez. Y me dije: “Marito, estas jodido”. Me contó que su nueva pasión es frecuentar clubes de barrio donde se baila tango. Le gusta ver a las parejas que bailan esa especie de complicidad nacida de muchos años de milonga compartidos. Le gusta el anonimato, uno de los privilegios que tiene en esos lugares, donde la gente no se habla y parece inmune a la realidad exterior, y el halo de misterio, sobre todo eso. Casi puedo verla, ahí, en su mesa, la de siempre, cerca de la entrada, cerca de la pista, tan auténticamente en el momento presente y tan ausente.
Me dijo de una vez en que estaba tan triste que casi se traiciona a si misma y a él. Le habían hablado de una mujer en constitución que por 50 pesos te vende una noche, A TU MEDIDA, decía el anuncio. Por esa época yo había viajado a Europa. “Fui a verla Marito, vos estabas con tus torres Eiffeles y yo no tenia a quien recurrir”. Era una viejita muy dulce. “Como la quiere m´hija? Larga? Corta? De pasión? Quiere que sea fría, o que haga calor? Que llueva tal vez? Como la quiere m´hija? Dígame nomás. Pero ándese con cuidado porque una vez que se la vendo ya no la puedo hacer desaparecer. Y vio como es… una noche le puede cambiar la vida…”
“Pero no pude Mario, no quería una inventada, solo la mía.”
No sabes que linda estaba mientras me contaba, si la hubieras visto me entenderías. Toda ella suplicaba que le devolvieran su noche, esa de la que te conté. “tenés que hablar con ese tal Álvarez Gómez, Marito, por favor, buscalo”. Y lloraba, como llora Buenos Aires cuando son las 4 de la mañana y salís de la milonga, que es tu refugio, Paula.
Entonces Gómez, te odie con toda mi alma, odie a tus Tulios y a tus Paulas, te odié por amar a esa mujer, porque las Paulas se van y tienen un amor no correspondido que vive lejos.
Le prometí que iba a buscarte, no se si me creyó, pero eso pareció tranquilizarla, o tal vez solo se había dado por vencida. Estaba lloviendo cuando salimos a la calle. “Hace frío, venite a casa que te preparo unos mates calentitos”, y lloraba Buenos Aires cuando cruzamos Corrientes y yo la agarraba por la cintura.
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